Nelson Vargas
¿Alguna vez se han preguntado qué pasa con la vida de los jóvenes nadadores mexicanos más allá de las albercas o al finalizar su ciclo de competencia?
Nunca hay que olvidarnos de que hablamos de personas como nosotros, que si bien decidieron ir por el camino del alto rendimiento, son tan normales como cualquiera de nuestros hijos o amigos.
Por eso quiero hablar de los matrimonios de nadadores mexicanos que, tras dedicar entre 15 y 20 años —o incluso más— al alto rendimiento, comienzan una nueva etapa en su vida. Me refiero a esos atletas que entrenaron sin descanso desde las cinco de la mañana, que sacrificaron fiestas, tiempo libre, y a veces hasta estudios, todo por representar a México con orgullo en los más altos niveles del deporte. Hoy, al verlos formar familias, siento que estamos presenciando un nuevo tipo de triunfo.
Recientemente se han casado algunos integrantes de la última gran generación de nadadores mexicanos. Entre ellos, Teté González Medina, una atleta extraordinaria que llegó a estar entre las 20 mejores del mundo en los 200 metros pecho, además de ganar medallas centroamericanas y panamericanas.
También se casó Ayumi Macías, otra gran nadadora que representó a México con honor y cosechó importantes logros regionales. Aunque no pude asistir a sus bodas por cuestiones personales, seguí cada detalle a través de fotos y videos. Y confieso que me llenaron de orgullo.
Estas no son simples bodas. Son la culminación de una vida de esfuerzo, disciplina y compromiso. Otro que también se casó fue el nadador de Torreón, Mateo González Medina.
Teté, por ejemplo, es ahora fisioterapeuta titulada por la Universidad de Texas, donde también brilló como atleta. Sí, se casó con un estadounidense y ejerce su profesión en el extranjero, pero eso solo habla de lo lejos que ha llegado. Ayumi también se graduó en una universidad en Estados Unidos. Ambas son ejemplos de que nuestros nadadores no solo destacan en el agua, también lo hacen en la vida profesional y personal.
Este fenómeno no se detiene ahí. Jorge Iga está próximo a casarse, y Ángel Martínez ya ha entregado el anillo a su pareja, nada menos que Sydney Pickrem, medallista olímpica y campeona mundial. También viene en camino el matrimonio de Ricardo Vargas, egresado de la Universidad de Michigan y ahora empresario en Cuernavaca.
Todos ellos son parte de una generación dorada que no solo nos dio resultados deportivos, sino también ejemplos de integridad, superación y éxito personal. Como entrenador o miembro de la comunidad acuática, uno aprende que no todo se mide en tiempos o medallas. Ver que estos jóvenes construyen una vida plena, después del deporte, es una de las mayores recompensas. Porque de algo sirvieron las madrugadas de entrenamiento, el sacrificio de sus padres, las derrotas y las victorias. De algo sirvió el acompañamiento durante los años más exigentes de su vida.
Por eso escribo esta columna: para rendir homenaje a quienes lo dieron todo en la piscina y ahora lo están dando todo en la vida. Porque el éxito no se detiene en el podio, sino que se extiende a cada rincón de su futuro. Y verlo, créanme, llena el alma.