Es increíble que la Federación Mexicana de Natación, que empezó a funcionar el 4 de mayo de 1929, así como la Asociación de Natación de la hoy Ciudad de México, que arrancó el 28 de diciembre de 1937, sigan teniendo a los deportes acuáticos en la incertidumbre, gracias a quienes las manejan para su conveniencia.
Hay que ser justos y decir que esto no siempre fue así, ya que hubo grandes momentos —con muchos años de éxito— para los deportes acuáticos en México.
Todos sabemos que clavados es la disciplina que más medallas olímpicas ha aportado, con Joaquín Capilla como el ganador del único oro, en Melbourne 1956.
La lista es larga en cuanto a los ganadores, hasta llegar a lo sucedido en los pasados Juegos, en los que Osmar Olvera ganó plata en trampolín de tres metros, además de bronce en sincronizados junto a Juan Celaya.
Pero no solamente los clavados han dado alegrías al deporte mexicano. También lo hizo —en su momento— el desaparecido polo acuático, que ganó un oro en los Juegos Panamericanos en México, pasando por encima de Cuba, Estados Unidos y Brasil.
En lo que respecta a natación, ha habido grandes logros, como las dos medallas en los Juegos de 1968. ¿Quién no recuerda el oro de Felipe Tibio Muñoz en los 200 metros pecho o el bronce de Maritere Ramírez en los 800 libre?
Sería injusto no reconocer lo que últimamente ha hecho el equipo de natación artística, que —pese a tantos problemas fuera de la piscina— nos emocionó de gran manera en el proceso y ya dentro de la competencia en París 2024.
Por eso es tan importante hacer una ley que proteja al deportista de verdad; de otra manera, seguirán sufriendo por la forma en que muchos personajes han hecho de las federaciones y asociaciones deportivas un negocio personal.
El aporte de los deportes acuáticos es innegable.